En las ciudades pequeñas como Santander
se celebran las permanencias sobre la bocina como si de títulos se tratase.
Sólo así se explica que un entrenador salga a hombros después de ganar un
partido a Osasuna. Aunque también es verdad que Nando Yosu no es un entrenador
normal. Posiblemente ni siquiera sea un entrenador. Es algo más. Es un héroe.
Es un genio. Nando Yosu es un tipo sencillamente milagroso.
Probablemente es, también, un caso
único: entre 1996 y 2006, Yosu salvó al Racing cuatro veces de bajar a Segunda.
La única vez que descendió en ese periodo fue cuando en lugar de apostar por el
entrenador milagro la directiva decidió contratar a un mediocre paraguayo
llamado Gustavo Benítez.
Su mérito no era tanto ser
extraordinario en la pizarra sino normal fuera de ella: a Nando Yosu siempre se
le veía paseando por el paseo que bordea la arena de la playa, tomando un vino
en el Erika, uno de los bares agazapados bajo el casino de Santander. Siempre
vestido impecable, el pelo peinado hacia atrás y sistemáticamente con las
cejas, enormes y arqueadas, listas para hablar de fútbol con quien se lo
pidiese.
Lo de Yosu fue siempre un éxito allá
donde el fracaso parecía seguro: para empezar, ni siquiera era cántabro, sino
vasco de Munguía, en Vizcaya. Nando Yosu hizo carrera como jugador en
Cantabria, primero en clubes pequeños, luego en el Racing, que le vendió al
Valencia. Acabó su carrera en la Gimnástica de Torrelavega, donde a los treinta
años ya era entrenador del equipo. La primera vez que a Yosu le pusieron al
frente del equipo fue en 1996. El Racing de Vicente Miera jugaba como nunca y
perdía como siempre. Yosu lo dejó en Primera sin darse mayor importancia, y
tampoco reclamó quedarse en el banquillo del club la temporada siguiente como
pago por sus servicios. Tras aquella experiencia, otras tres veces se convirtió
en salvador del equipo hasta que llegó la última y definitiva, con el equipo
hundido y Yosu en el banquillo porque no había nadie más para comerse aquel
marrón.
Mientras a gente como Nando Yosu hay
clubes que le habrían dado un cargo de por vida o puesto una estatua a la
entrada del estadio, en Cantabria más de un político se hizo la foto con él
antes de que el Racing le diese las gracias por los servicios prestados y le
jubilase de un día para otro. Cosas no tanto de clubes pequeños como de
dirigentes pequeños. De gente pequeña. Años después le pusieron su nombre a los
campos de entrenamiento del club, pero ya era tarde para él: el alzheimer hizo
que el tipo más inolvidable de la historia del Racing no recuerde nada de su
aventura verdiblanca.
Adrián Mediavilla
Capítulo extraído del libro 'Ayer te vi que subías'
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