La denominación de Huerto del francés para los Campos de Sport de El Sardinero se fraguó en un triunfo ante el Athletic
El boca oreja acrecienta las
leyendas y las amplifica y distorsiona con el paso de las generaciones, aunque
bastante peores son las actuales fake
news que circulan por las redes sociales como anguilas cocainómanas de
Londres.
Leía esta semana con estupor un
reportaje con mucho retuit y pompa sobre los viejos Campos de Sport y su
apelativo de Huerto del francés. Hay muchos del estilo, todos clones los unos
de los otros y con escaso rigor. La verdadera historia quedó recogida en papel
allá por 2015 en el libro Otras 100 anécdotas del Racing, pero lo recuerdo por
estos mundos digitales parta que de este modo los racinguistas de nuevo cuño
tengan claro de dónde vino aquella siniestra denominación que tiene en la
realidad menos sangre, mística y triunfos de los esperados.
Todo surgió de la ocurrencia de
un periodista guipuzcoano tras un partido de Copa en el que el Racing goleó al
Athletic de Bilbao 3-0. Fue el 6 de abril de 1930 con tres tantos de Larrínaga.
Al contrario de lo que se cree, este apodo al estadio no se lo ganó el club
montañés porque cayesen en casa todos los rivales, sino simplemente a raíz de aquel
encuentro copero de dieciseisavos de final, la primera eliminatoria que se
disputaba en esa edición. La victoria causó sensación en todo el país porque el
Athletic era el campeón de Liga y había sido el único equipo que había
concluido el campeonato liguero sin conocer la derrota y era el gran favorito
también en la Copa.
El Racing era un equipo aguerrido
en casa, aunque esa temporada había perdido ante el Arenas y el último
encuentro en la competición de la regularidad ante el propio Athletic por 2 a
3. El conjunto cántabro había pasado apuros para mantener la categoría en
aquella Liga y solamente había dejado por detrás al Europa y al Athletic Club
de Madrid. No hubo una gran racha de partidos en El Sardinero en los que iban
sometiendo a todos los clubes del fútbol nacional.
El sorprendente triunfo ante los
vizcaínos fue recogido por toda la prensa nacional como una gran gesta y en
Santander el verso de un periódico donostiarra caló muy hondo y en gracia entre
los aficionados racinguistas, tanto que durante décadas sería recordado pese a
no ser alta poesía:
«En Santander, al Athletic,
le ha cascado el Santander.
¡Está visto que aquel campo,
es el Huerto del francés!»
El resultado de 3-0 puso patas
arriba la ciudad y don Miguel Ruiz, maestro de ceremonias de los
desplazamientos masivos de los racinguistas, organizó trenes especiales para el
encuentro de vuelta en Bilbao, que se jugó el 13 de abril de 1930. Los
jugadores se concentraron en Liérganes unos días antes para llevar una vida más
sana y de reposo. Una preparación del choque poco habitual en la época.
Y pasó lo que tenía que pasar.
PAPARDA. Con un San Mamés lleno hasta la bandera y buscando revancha, el Racing
terminó goleado 5-1 y eliminado de la Copa de España. El conjunto entrenado por
Pagaza salió temeroso y muy a la defensiva, y aunque con el 2-0 recortó
distancias con un gol de Óscar, nunca tuvo opciones de aguantar el resultado.
El equipo rojiblanco llegó a la
final y acabó cumpliendo los pronósticos. Alzó el trofeo venciendo al Real
Madrid 3-2. El Athletic tenía una delantera extraordinaria: Lafuente, Iraragorri.
Unamuno, Chirri y Gorostiza.
La temporada siguiente,
1930/1931, el Racing terminó subcampeón empatado con el Athletic y la Real y
solamente perdió dos partidos en casa, aunque en Copa volvió a caer en la primera
ronda ante el Arenas y además perdiendo en casa 0-2. En realidad, el Huerto del Francés no daba tanto
miedo. El apelativo para el recinto se usó con relativa frecuencia en la prensa, pero tampoco se llamaba así al estadio de manera habitual ni mucho menos aunque el sobrenombre ha perdurado hasta nuestros días.
La expresión de 'llevar al huerto'
con el significado de engañar ya pertenecía al habla cotidiana desde uno de los
sucesos más truculentos de la España negra acaecido en 1904 en Peñaflor, un
pueblo entre Sevilla y Córdoba. Los asesinatos ocurridos en la localidad
sevillana permanecieron grabados en la memoria colectiva durante muchos años,
aunque hoy estén ya casi olvidados. Juan Aldije Monmejá, apodado el Francés por haber nacido en el país
vecino. El tipo regentaba una fonda-casino-prostíbulo a la que su compinche
José Muñoz Lopera atraía embaucados a personas con dinero para jugar partidas
de cartas clandestinas. Una vez allí, les golpeaban en la cabeza con un
martillo y les iban enterrando en el huerto de la posada. Asesinaron al menos a
seis hombres, que fueron los cadáveres desenterrados en la finca. Robaron a las
víctimas una cantidad considerable de dinero para la época: 28.300 pesetas.
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Juan Aldije Monmejá y José Muñoz Lopera |
La insistencia de la mujer del
último asesinado, Miguel Rejano, que escribió varias misivas a los periódicos
de Sevilla removió el asunto. Su marido era un jugador de cartas profesional y
prestamista y ella sospechó de la encerrona.
Un expolicía, Laureano Rodríguez
de las Conchas, espoleado por la mujer logró descubrir a los delincuentes. La
Guardia Civil detuvo a Muñoz Lopera (nada que ver con el que fuera presidente
del Betis, al menos que sepamos) y a la mujer de Aldije, Elvira Meléndez, pero el Francés logró escapar a Portugal y no
regresó hasta meses más tarde para entregarse a las autoridades y liberar así a
su esposa.
En 1906 se celebró el juicio y
los dos acusados fueron condenados a pena de muerte. Ambos fueron ejecutados
mediante el garrote vil el 31 de octubre de ese mismo año. «Aprieta, aprieta
sin miedo», fueron las últimas palabras de Juan Andrés Aljide. El verdugo le
respondió seguro de sí mismo: «No tengas cuidado, hombre, que esto va bien y
deprisa».
El suceso sirvió de inspiración
para una de las mejores películas de Paul Naschy que se tituló también El Huerto del Francés (1977) y en la que
aparecen actrices del destape como María José Cantudo, Ágata Lys o Silvia
Tortosa. Jacinto Molina, nombre verdadero de Paul Naschy, dio vida al personaje
de Juan Ándres Aljide.
Curiosamente, este mito del cine de serie B rodó su última película como actor en Cantabria, La herencia de Valdemar (2009) y además fue director, guionista y actor de la película Los Cántabros (1980) que recrea la lucha de Corocotta contra las legiones romanas. Naschy, que fue campeón de España de halterofilia en siete ocasiones, interpretaba a Marco Vipsanio Agripa mientras que otro culturista, Daniel Barry (cuyo nombre real es Joaquín Gómez Sainz y nació en la localidad cántabra de San Bartolomé de Soba) daba vida al legendario héroe cántabro en una cinta rodada a las afueras de Madrid con buenas intenciones y pocos medios. La idea del actor y culturista cántabro fue destrozada por Naschy que se inclinó más por un film de espada y brujería que por algo más serio y cercano a la historia de Cantabria, donde en realidad quiso rodar el film Joaquín Gómez Sainz.
Curiosamente, este mito del cine de serie B rodó su última película como actor en Cantabria, La herencia de Valdemar (2009) y además fue director, guionista y actor de la película Los Cántabros (1980) que recrea la lucha de Corocotta contra las legiones romanas. Naschy, que fue campeón de España de halterofilia en siete ocasiones, interpretaba a Marco Vipsanio Agripa mientras que otro culturista, Daniel Barry (cuyo nombre real es Joaquín Gómez Sainz y nació en la localidad cántabra de San Bartolomé de Soba) daba vida al legendario héroe cántabro en una cinta rodada a las afueras de Madrid con buenas intenciones y pocos medios. La idea del actor y culturista cántabro fue destrozada por Naschy que se inclinó más por un film de espada y brujería que por algo más serio y cercano a la historia de Cantabria, donde en realidad quiso rodar el film Joaquín Gómez Sainz.
Fran Díez
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